Hoy os dejamos con una carta que el escritor Javier Gomá publicaba en el diario El País, merece la pena leerla, y disfrutarla.
A MIS HIJOS
QUERIDOS CHICOS: Cuando leáis esta carta ya no
estaré con vosotros en este mundo. He sido vuestro padre mientras vivía y no
tengo intención de dejar de serlo ahora solo porque haya muerto. La paternidad
no declina, ni siquiera por la circunstancia de la muerte. Aunque naturalmente
muta y estas líneas son para explicar ese cambio.
Como padre, una de mis ambiciones ha sido la de no
estorbar demasiado. Si un padre no estorba el desarrollo natural de su hijo, ya
contribuye positivamente a su educación. Tantos padres castrantes,
autoritarios, frustrados y frustrantes, preferí no tener influencia sobre
vosotros a tenerla excesiva o mala. No estoy de acuerdo con Platón cuando
afirma que la descendencia es una forma de eternidad para los mortales. A la
descendencia hay que dejarla en paz y no usarla como coartada, ni siquiera de
eternidad. Nunca me formé un plan previo para vosotros que debierais
satisfacer, así que tampoco hubo riesgo de que lo defraudarais. La naturaleza
tiende a su propia perfección y así lo ha hecho durante millones de años antes
de la aparición del homínido. Con esta confianza elemental en el impulso de la
naturaleza, me senté a contemplar cómo esta hacía su trabajo en vosotros y fui
feliz testigo de vuestro maravilloso crecimiento.
Con todo, los hijos están al cuidado de los padres.
De estos depende que los primeros no solo crezcan, sino que crezcan sanos.
Somos proveedores de vuestra salud. La del cuerpo, claro está, pero también la
mental, sentimental y anímica. Emulando el magisterio de vuestra madre, cuidé
paternalmente de vosotros para proporcionaros las condiciones de una vida
saludable y salvaros –salud significa salvación– de lo insano, mórbido y
vicioso al acecho. Nada hay seguro para los mortales, todo se halla expuesto a
los antojos de la caprichosa Fortuna. Pero ciertamente, aun sin garantía
ninguna de éxito, el trabajo en la propia salud, si luego se combina con una
sabia administración de las expectativas en la vida, jugando entre la
experiencia y la esperanza, aumenta las probabilidades del gozo inteligente, lo
único que al final de verdad quise para vosotros.
Por decirlo todo, quise algo más. Un padre te cae
en suerte sin elegirlo: me gustaría, por supuesto, que pensarais que vuestra
suerte en el sorteo ha sido buena. Pero mucho más me gustaría que sintierais la
evidencia de que el afortunado he sido yo, porque vuestra mera existencia ha bendecido
definitivamente la mía.
Ahora que me he ido, la paternidad se prolonga a
través de la imagen de mi vida que vosotros custodiáis. Os seguirá tutelando en
el recuerdo la imagen de un padre que procuró no estorbar, cuidó de vuestra
importante salud y se sintió inmensamente afortunado.
¿Que cómo pretendo que esta carta no sea leída
hasta después de mi muerte si ya ha salido publicada en un periódico global?
Porque, entre las lecciones de vida que he transmitido a mis hijos, está la de
leer solo por placer. Y he observado que tienen la sana costumbre de no leerme.
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