lunes, 25 de abril de 2016

games (little) people play

Un estudio muestra que el uso de videojuegos puede mejorar la inteligencia en los niños pequeños.


Un estudio realizado por investigadores de la Escuela Mailman de Salud Pública (Estados Unidos) y de la Universidad de París (Francia) ha mostrado que el uso de videojuegos puede tener efectos positivos en los niños pequeños.
En concreto, según los resultados del trabajo, publicados en la revista ‘Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology’, los niños que usaban videojuegos tenían 1,75 veces más de probabilidades de tener alto funcionamiento intelectual y 1,88 veces de una alta competencia general de la escuela, respecto a los que no los utilizaban.
Además, los investigadores comprobaron cuanto más se jugaba menos problemas de relación con sus compañeros tenían. Todo esto se ha obtenido tras analizar los datos del proyecto ‘Escuela Niños Salud Mental’ realizado en Europa con niños de entre 6 y 11 años.
Ahí, los padres y profesores evaluaron la salud mental del menor en un cuestionario y los propios niños respondieron a las preguntas a través de una herramienta interactiva.
“Estos resultados indican que los niños que juegan con frecuencia con los videojuegos pueden ser sociales e integrarse en la comunidad escolar, aunque es necesario ajustar los límites de su uso”, ha zanjado el asistente de epidemiología en la Escuela Mailman de Salud Pública, Katherine M. Keyes.

de psiquiatria.com

lunes, 18 de abril de 2016

risa y enfado por contagio

Por qué la sonrisa y el enfado son contagiosos.


Una sonrisa puede generar en los demás las ganas de sonreír y lo mismo ocurre con un ceño fruncido. El instinto de imitación facial permite a los humanos empatizar. Dos psicólogas sociales estadounidenses han investigado cómo se procesa esta acción en el cerebro. Según ellas, comprenderlo podría mejorar el tratamiento de trastornos relacionados con el reconocimiento de emociones, como los del espectro autista.
¿Cómo es capaz una persona de reconocer lo que siente otra solo con observar su expresión facial? Esta es la pregunta que han planteado Adrienne Wood y Paula Niedenthal, psicólogas sociales en la Universidad de Wisconsin.
Para entender cómo el cerebro percibe y procesa los gestos, han integrado las últimas investigaciones psicológicas –incluidas las suyas propias– y las pruebas para la estimulación sensoriomotriz en un estudio que publica Trends in Cognitive Sciences.
Según las autoras, cuando vemos la expresión facial de alguien solemos imitarla, aunque sea de manera inconsciente, y extraemos el significado emocional de lo que vemos en cuestión de milisegundos. Esto se debe a que asociamos ese gesto a una determinada emoción que en el pasado nosotros mismos hemos expresado. La relación psicológica delataría un papel importante de la simulación sensoriomotriz en el reconocimiento de las emociones, ya que el proceso implica a los sistemas somatosensorial y motor, encargados del sistema estímulo-respuesta y el control de los movimientos, respectivamente.
“Esta especie de reflejo imaginario de la cara de la otra persona le dice al cerebro cómo debe sentirse ante esa expresión facial concreta. Sucede de forma automática e inconsciente, por lo que tenemos la impresión de ser capaces de ‘leer’ su mente y saber cómo se siente”, declara Adrienne Wood a Sinc.
El sistema de identificación de las emociones puede ayudar a prever futuros comportamientos o sentimientos. Sin embargo, matizan las científicas, no dejaría de ser un juego de predicción, ya que en ningún caso se puede saber a ciencia cierta cómo suele expresarse o qué es lo que siente otra persona solo con mirarla.
La habilidad para reconocer las emociones ajenas y sentirlas puede verse reducida cuando una persona no puede imitar expresiones faciales, como les sucede a quienes padecen una parálisis facial debido a un derrame cerebral o la parálisis de Bell, o incluso cuando los nervios han sido dañados en una cirugía plástica.
Un problema parecido lo tienen aquellos que sufren trastornos relacionados con el reconocimiento de emociones, como los del espectro autista. “La ausencia de mímica facial en las personas autistas puede deberse a la supresión del contacto visual. Si se estimulase este contacto, la mímica podría surgir espontáneamente”, afirma Paula Niedenthal.
Wood indica que “conocer las consecuencias sociales y emocionales de estos problemas contribuirá a ayudar a mejorar la calidad de vida de los pacientes, quizá enseñándoles otras estrategias para el reconocimiento de las emociones”.
Las autoras quieren encaminar su investigación a saber cómo se desarrolla la simulación sensoriomotriz y qué mecanismos actúan en el cerebro en el reconocimiento de las expresiones faciales. Conocer mejor su funcionamiento serviría para enfocar mejor los tratamientos de los trastornos mencionados.

de psiquiatria.com

lunes, 11 de abril de 2016

responsabilidad y coacción

La coacción nos hace sentir menos responsables de nuestras acciones.


Un experimento realizado por un equipo internacional de neurocientíficos demuestra por qué la gente puede ser coaccionada con facilidad. Los resultados, publicados en la revista Current Biology, revelan que cuando alguien nos da una orden nos sentimos menos responsables de nuestras acciones.
Según los investigadores, ante una situación en la que nos obligan a hacer algo, el cerebro establece una distancia emocional entre nuestros actos y sus consecuencias negativas para reducir la conexión entre ambos.
“Resulta útil saber que no experimentas la misma sensación de responsabilidad cuando actúas obligado que cuando lo haces por voluntad propia. Pero si sabes que existen estos riesgos, puedes evitarlos”, explica a Sinc Patrick Haggard, investigador en la University College de Londres (Reino Unido) y autor principal del estudio.
Para Haggard, el trabajo resulta relevante no solo para quienes obedecen, sino también para aquellos que dan las órdenes. Mientras los primeros pueden no sentirse responsables de sus actos, “quienes dan una orden quizás sean incluso más responsables porque les dicen a otros lo que tienen que hacer”, destaca el experto.
Para llegar a estas conclusiones, los científicos realizaron dos experimentos con parejas, que desempeñaban los papeles de “agente” y “víctima”. En un principio, los agentes decidían libremente qué hacer y más tarde el encargado de dirigir la prueba era quien les decía cómo actuar.
En la primera prueba, el agente podía conseguir dinero quitándoselo a su víctima (daño económico); en la segunda, para tener un beneficio económico, el agente debía darle una descarga eléctrica a su compañero (daño físico).
Los neurocientíficos estudiaron el “sentido de agencia” de los participantes en los experimentos, es decir, la conciencia de que uno es responsable de las acciones que lleva a cabo y sus consecuencias. Por ejemplo cuando pulsamos un interruptor y se enciende una luz, entendemos casi instantáneamente la relación causa-efecto; es decir, en este caso el lapso de tiempo de percepción entre ambos es pequeño.
Sin embargo, los resultados revelan que este intervalo de tiempo era mayor cuando los agentes del experimento actuaban bajo coacción que cuando elegían libremente si infligir daño a su compañero o no.
El estudio demuestra que una persona puede estar diciendo la verdad cuando declara no sentirse responsable de las consecuencias si actúa obedeciendo órdenes, y este argumento no será utilizado como mera excusa para evitar un castigo.
Según los autores, los resultados de la investigación podrían tener implicaciones importantes en términos de responsabilidad legal y social, aunque subrayan que, en todo caso, no justifica la comisión de un delito. Sugieren, por ejemplo, que la justicia se centre no tanto en quien acata sino en quién da las órdenes, para evitar que abusen de su posición.
“No obstante, la ley debe tener en cuenta los hechos objetivos para determinar la culpabilidad de alguien y no solo su experiencia subjetiva de sentirse responsable o no”, concluye Haggard.

de psiquiatria.com

lunes, 4 de abril de 2016

primeros signos de incertidumbre

Los bebés muestran su incertidumbre de manera no verbal



Un estudio, publicado en PNAS, trata de averiguar si los bebés son capaces como los adultos de evaluar sus propios pensamientos. Para ello, el equipo del Laboratorio de Ciencias Cognitivas y Psicolingüísticas del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS, por sus siglas en francés) ha examinado el desarrollo de la metacognición, la capacidad que tenemos de observar y regular nuestros propios procesos cognitivos.
“Un ejemplo muy común de este proceso es la capacidad de evaluar nuestras elecciones: después de haber tomado una decisión, somos capaces de identificar nuestros propios errores, y confiamos en nuestras elecciones después de una buena respuesta”, aclara Louise Goupil, autora principal del trabajo, al definir la sensibilidad metacognitiva.
Hasta ahora, los estudios en psicología del desarrollo habían documentado un desarrollo tardío de esta capacidad, que ha sido estudiada principalmente preguntando a los niños sobre sus decisiones. En este tipo de situaciones, de manera general, los infantes han tenido dificultades para valorar sus propias elecciones.
“Tienen tendencia a sobrestimar sus propias actuaciones, es decir que son capaces de decir que han respondido bien incluso cuando han cometido un error”, subraya la investigadora. Basándose en esta relación verbal, se ha sugerido durante mucho tiempo que los menores de seis años no tienen o tienen poca sensibilidad metacognitiva.
Para Goupil, esas limitaciones en los niños también se podrían explicar por el hecho de comunicar sus propios pensamientos y decisiones de manera estrictamente verbal. De este modo, es posible que los pequeños sean capaces de valorar sus decisiones “incluso si les es difícil verbalizar sus errores y dudas”, indica la experta.
Para comprobar si los niños pueden comunicar de manera no verbal esta incertidumbre, los investigadores realizaron un experimento con 80 bebés de 20 meses. “Al darles una tarea de memorización pudimos probar su capacidad de pedir ayuda de forma no verbal y así evitar errores”, especifica la científica.
Los bebés tuvieron que memorizar el lugar donde se escondía un juguete bajo una de las dos cajas que tenían delante de ellos. Después de un plazo de entre 3 a 12 segundos, se les pidió señalar una de las dos cajas para indicar dónde pensaban que estaba escondido el objeto escondido. En algunas pruebas, el juguete se colocaba detrás de una cortina, por lo que les era imposible resolverla.
Los resultados demuestran que los bebés piden ayuda para evitar señalar la caja incorrecta. Además, “piden ayuda más a menudo cuando las pruebas son imposibles de resolver, y cuando los plazos de memorización son más largos”, dice Goupil. De este modo, los pequeños pueden evaluar sus propias dudas y compartir esta información con los demás para alcanzar sus objetivos.

Los bebés muestran por tanto sensibilidad metacognitiva mucho antes de lo que se pensaba, a pesar de ser incapaces de verbalizarla convenientemente hasta unos años más tarde. “No solo analizan su entorno físico y social, sino que también pueden examinar sus propios procesos cognitivos”, concluye la experta.
de psiquiatria.com