“Nuestros
resultados muestran que el odio se produce y se reconoce como una categoría
emocional independiente del enfado y el asco”, responde a este diario el líder
de la investigación, el catalán Aleix Martínez. “También muestran que tanto el
enfado como el asco resultan claramente visibles en la expresión facial del
odio; y aunque sabemos ahora que esas categorías emocionales están
representadas en el cerebro, seguimos sin saber cómo se codifican ahí”.
Esa laguna
del conocimiento es una de las que la investigación actual está tratando de
resolver. “Los resultados preliminares”, dice el investigador español, “parecen
indicar que algunas categorías emocionales se codifican en el cerebro como
objetos independientes, mientras que otras se pueden interpretar como elementos
más básicos”. Visto lo cual, el reconocimiento facial puede considerarse una
gramática en algunos aspectos, pero no en todos. En cualquier caso, esto es
algo que seguramente puede achacarse también a la gramática propiamente dicha,
la de los nombres, los verbos y las oraciones compuestas.
Los
elementos del reconocimiento de la emoción facial no son nombres y verbos, sino
parámetros como la forma de los labios y el grado de apertura de los ojos.
¿Cabe preguntarse entonces cuán lejos estamos de explicar científicamente la
enigmática sonrisa de la Mona Lisa? Responde Martínez:
“La Mona
Lisa está expresando una emoción feliz en la zona de la boca, pero no con los
ojos; una sonrisa naturalista —o una sonrisa de Duchenne, como la llaman los
científicos cognitivos en referencia al estudioso del siglo XIX— implica la
contracción de un grupo de músculos que arruga la comisura de los ojos, como al
entrecerrarlos; también hay que decir que la expresión de la Mona Lisa es muy
asimétrica. La mitad derecha de la imagen (la mitad izquierda de ella) está
claramente feliz, no así la mitad izquierda (la derecha de ella)”.
“Las expresiones
faciales naturalistas, y las que se ponen al posar para la ocasión afectando
alegría, se enfatizan en el otro lado, y esto crea una extraña asimetría que no
estamos acostumbrados a ver”.
Martínez
estudió en la Universidad Autónoma de Barcelona, y se especializó en París y
Purdue (EE UU). Se formó en ingeniería informática y se fue interesando
progresivamente en ciencias cognitivas. “En las ciencias cognitivas asumimos
que el cerebro es un ordenador”, dice, “y nuestra tarea es decodificar los algoritmos
que el cerebro usa en las tareas diarias”.
Percibir si
alguien se siente bien o mal es tal vez el principal de todos ellos.
De
elpais.com
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