Niño,
cómete las acelgas
El cerebro infantil lucha entre
su apetencia por el dulce y los consejos dietéticos
Una sociedad opulenta no siempre encaja con la naturaleza
humana, que evolucionó en un contexto mucho más magro. Nacemos programados para
comer dulces, grasas y todos los alimentos hipercalóricos que arruinarán
nuestra salud futura, y cada vez es más esencial que el niño aprenda a
controlar esas apetencias insalubres. Una investigación neurológica aclara
ahora cómo se desarrolla el principal mecanismo de compensación: el niño
incorpora un modelo del tipo de alimentos que le aconseja su madre, y dos
partes de su cerebro luchan entre el deseo salvaje del pastel y el discreto
encanto de la acelga que ha aprendido de mamá. He aquí el aprendizaje
nutricional en acción.
En su alegoría del auriga, Platón representa el alma humana como
un carro tirado por dos caballos, uno ruin y otro noble, que simbolizan la
pasión desbocada y el impulso racional. El conductor (auriga) pasa las de Caín
para evitar que cada caballo tire para su lado y llevar el carro a buen puerto.
En términos neurológicos, el caballo ruin es el córtex prefrontal ventromedial,
un módulo cerebral implicado en los circuitos del placer, o de la recompensa. Y
el caballo noble es el córtex prefrontal dorsolateral, una región responsable
del autocontrol. Todavía no sabemos exactamente dónde está el auriga –y hasta
es posible que no exista—, pero eso es irrelevante para el actual estudio.
Amanda Bruce y sus colegas de la Universidad de Kansas
han estudiado a 25 niños de 8 a 14 años de edad con una combinación de pruebas
psicológicas de comportamiento e imágenes de su cerebro en acción con
resonancia magnética funcional. Les han pedido, para empezar, que puntúen 60
alimentos (manzanas, coles, patatas fritas, gominolas y así hasta 60) según dos
criterios: si les gustaría comérselos y si a su madre les gustaría que se los
comieran. También han examinado la actividad de su cerebro mientras tomaban
esas decisiones penosas.
El niño incorpora un modelo del tipo de alimentos
que le aconseja su madre, y dos partes de su cerebro luchan entre el deseo
salvaje del pastel y el discreto encanto de la acelga que ha aprendido de mamá
Los resultados, que presentan en Nature
Communications, muestran que la elección del niño se debe a una
combinación de sus apetitos salvajes con lo que, según entienden, su madre
habría elegido para ellos. La resonancia magnética ha demostrado luego que la
activación del córtex prefrontal ventromedial (el caballo ruin) se correlaciona
con las preferencias personales del niño; y que la activación del córtex
prefrontal dorsolateral (el caballo noble) lo hace con las preferencias de la
madre que el niño ha internalizado. Bien por la alegoría del auriga.
Pero hay un tercer resultado que se le escapó por completo a
Platón: que la actividad del caballo noble reprime a la del caballo ruin. Esto,
desde luego, alivia de forma considerable el esfuerzo del auriga. El caballo
noble, en realidad, le da hecha buena parte del trabajo y, si se activa de
manera vigorosa, garantiza por sí solo que las dos bestias tiren en la misma
dirección. Como vimos antes, es posible que el auriga no exista, es decir, que
no sea más que un sistema emergente formado por caballos autónomos.
En cualquier caso, los resultados revelan la importancia clave
de los mensajes que la madre –o el conjunto de los padres y los educadores—
transmiten a su desconcertada prole. Incluso a una edad tan temprana como los
ocho años, y tal vez incluso antes, esos mensajes van a formar parte de su
cerebro, literalmente. Así que, aunque a la niña le gusten los pasteles, los
padres deben insistir en que se coma las acelgas. Aunque no lo haga, pero
díselo.
de elpais.com
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