jueves, 25 de enero de 2018

el camino psicopático

Los psicópatas, seres escurridizos que navegan entre el encanto y el cálculo

Detectar a un psicópata no resulta nada fácil. Sus conductas son dúctiles y pueden ser "personas muy frías y calculadoras" con rasgos de superioridad, pero también "son superficialmente encantadores", dijo la experta mexicana Feggy Ostrosky.
En una entrevista a Efe, la Premio Nacional de Investigación en Psicología en México explicó que los psicópatas, que representan entre el 1 y el 3% de la población mundial, "no sienten empatía ni sentimiento de culpa" a la hora de llevar a cabo actos atroces con metodologías muy variables. Estudios recientes realizados a partir de imágenes cerebrales muestran que, cuando se le pide a una persona con este trastorno que se ponga en el lugar del otro, hay partes del cerebro que "no prenden del todo", indicó.
La empatía es una característica fundamental cuando se habla de valores éticos y morales, apuntó la catedrática de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien agregó que "el ser moral es aquel que decide ser moral". "La empatía es un prerrequisito, pero no el total para ser un ente moral", puntualizó.
Los tres periodos críticos a la hora de delinear la conducta y las condiciones morales son los 3 años, cuando se aprende a leer y finalmente la adolescencia. La autora del libro 'Mentes Asesinas' aseguró que "los criminales tienen perfectamente claro lo que es el bien y el mal" y cometen actos atroces "porque no tienen una buena regulación de sus impulsos y están llenos de hostilidad y enojo". La conducta psicopática es una interacción de variables, un proceso con una serie de factores biológicos, sociales y familiares de riesgo que "interactúan para producir estas personas".
La psicopatía está asociada a la violencia primaria, aquella que se origina sin estímulos externos (violencia secundaria). Cuando se habla de violencia hay que distinguir este término del de "agresión", lo que frecuentemente no se hace, según Ostrosky, fundadora de la Sociedad Mexicana de Neuropsicología. "La agresión -detalló al respecto- es una respuesta innata en los mamíferos con los que compartimos este sistema de respuesta biológica para podernos defender". Por el contrario, la violencia se origina sin existir instinto de defensa previo y obedece a la incapacidad de controlar un impulso.
La duda que surge a la hora de concretar qué genera la psicopatía se debate entre la biología y la experiencia de vida, y la respuesta está en el equilibrio de ambos factores. "Se ha encontrado que el ser humano puede tener un gen o un polimorfismo genético, pero que se te prende a partir de una historia de abuso físico o psicológico en la infancia, y de ahí nos vamos a las historias de muchos asesinos", explicó la especialista.
Pero el cerebro de una persona termina de madurar dentro de un contexto social, lo que muestra la responsabilidad de la ciudadanía y el entorno familiar. "Los psicópatas están presentes en la población y yo digo que las circunstancias actuales les hacen muy eficientes para sobrevivir en este mundo", declaró. "El mundo actual ha hecho que nos desensibilicemos ante la violencia y estemos expuestos continuamente", opinó la experta, quien aludió a la posibilidad de abusar de alguien y exponerlo en un vídeo a través de YouTube.
Ostrosky destacó la necesidad de replantearse la relación con el morbo, ya que "una cosa es que veas qué pasó para que no te pase a ti y otra que te tomes la foto con el muerto". Esta afirmación se basa en la observación de una sociedad que requiere cada vez más registrar lo que ve a través de dispositivos, sin escrúpulos para filtrar si el hecho es o no ético. Que las personas vean imágenes violentas no significa que se vuelvan violentas, pero el impacto que provoca cada vez es menor y se produce "un apagón de nuestros sistemas empáticos" y eso influye como sociedad, alertó.




De psiquiatria.com

jueves, 18 de enero de 2018

si vas a estudiar, sube el volumen

Lejos de distraer, una buena canción estimula la capacidad de concentración del aprendiz. Mozart también vale

En los manuales sobre técnicas de estudio leeremos conceptos como repetición, esquemas, resumen, fichas, subrayados, ejercicios prácticos… Todo esto en una habitación con ventilación, libre de ruidos y distracciones. Pero, ¿y la música? Hay investigaciones que relacionan el lenguaje musical y las emociones que genera con la capacidad para memorizar y aprender contenidos. Un estudio publicado en la revista Learning and Individual Differences comprobó que los alumnos que habían recibido una hora de clase con música clásica de fondo sacaron mejor nota en el examen de la materia impartida que el grupo que escuchó la misma lección sin ambiente musical. La explicación: la música fortalece el ánimo y nos hace más receptivos a la información.
Cuando este trabaja con música, se está acostumbrando a unos ritmos que lo van a predisponer a fijar la atención sobre un contenido. Puede ser relacionado con el tema, como cuando se emplean las canciones para aprender un idioma. Lo explica Marie Lallier, investigadora del Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL): “La música que escuchamos nos permite destacar y predecir señales auditivas. Cuando el cerebro está habituado a coger los ritmos del habla, llega a hacer predicciones automáticas de esas fluctuaciones y le permite fijarse en el contenido de la lengua”. Pero también con un asunto ajeno. “Estudiar con música implica beneficios emocionales, y el cerebro se sitúa en un estado cognitivo apropiado para poner en práctica la tarea de memorizar”, dice.
Hablamos del placer de estudiar con música, ya sea clásica, rock, flamenco,heavy-metal, pop, reggae, jazz… Lo importante es que la elija quien vaya a aprender esos contenidos. “No hay una música mágica para estudiar y concentrarse. La canción o melodía debe tener un vínculo con la persona, con su historia, porque el cerebro hace asociaciones. Si existe, se llegará a un estado de relajación que ayudará a jugar con esos acordes y servirá de apoyo para las estrategias mnemotécnicas”, sostiene Antonia de la Torre, especialista en musicoterapia del centro Isomus de Córdoba. “Nuestra capacidad de memorizar es mejor cuando escuchamos música, pero siempre que nos agrade”, insiste Javier Chirivella, director del Centro de Rehabilitación Neurológica FIVAN de Valencia. La razón: los hemisferios izquierdo (que se encarga de la parte verbal, la lógica y la aritmética) y derecho (el de la imaginación y la creatividad) se unifican con fuerza. “La comunicación interhemisférica es potente. Por ello, la música puede facilitar la memoria a largo plazo”, sostiene De la Torre. Por su parte, Manuel Arias, neurólogo coordinador del Grupo de Estudio de Humanidades de la Sociedad Española de Neurología (SEN), subraya que la respuesta emocional de la música facilita la concentración y la relajación en el momento del estudio, pero sobre el efecto en la memoria cree que todavía queda por investigar para llegar a una evidencia científica clara: “Lo que sabemos es que el lenguaje musical, el ritmo y la armonía hacen que nuestro cerebro disfrute y eso es positivo en el proceso de aprendizaje”. Pero Chirivella sostiene que la exigencia cognitiva que supone escuchar obras clásicas es mayor que con temas donde impere el ritmo. Por ello, la música barroca y la de Mozart se han utilizado para focalizar la atención en tareas como la memoria y la lectura. ¿Y qué ocurre cuando hay letra? “En este caso se analiza a través del sistema de procesamiento del lenguaje, además de activar la corteza visual, la motora y el sistema límbico (respuestas emocionales). Este tipo de música se puede emplear como herramienta para trabajar el habla o el vocabulario”, explica.
El efecto Mozart ha incitado multitud de debates sobre el poder de la música en el aprendizaje. En 1993 un grupo de científicos de la Universidad de California constataron en un trabajo publicado en la revista Nature la influencia positiva de la música del genio en el cerebro: comprobaron que los estudiantes que escuchaban durante 10 minutos la Sonata para Piano en Re Mayor (K.448)obtenían mejores resultados en razonamiento visual y espacial. Pero este beneficio duraba entre 10 y 15 minutos. “Mozart tiene una música formal, cuadriculada, matemática, que tiende a transmitir a la persona orden y seguridad”, indica De la Torre.
Walter Verrusio, investigador de la universidad de Roma La Sapienza, ha publicado recientemente un trabajosobre cambios neurofisiológicos en el cerebro tras escuchar obras de Mozart, unos efectos que no se producen, por ejemplo, con la música de Beethoven. “Se observa un incremento de las ondas alfa, relacionadas con la memoria y la resolución de problemas. Parece que la música de Mozart es capaz de activar unos circuitos corticales neuronales relacionados con la atención y las funciones cognitivas que otro tipo de obras y compositores no pueden”, apunta Chirivella. Lo que ha sido un error de interpretación es relacionar la música del compositor austriaco con un mayor desarrollo de la inteligencia. Y al calor de este mito también se han sucedido trabajos que echan por tierra las supuestas virtudes de la obra de Mozart. Por ejemplo, un trabajo desarrollado por la Universidad de Viena en 2010 indicó que no hay resultados concluyentes para decir que escuchar la famosa sonata potencia nuestra inteligencia. Nils Nilsson, profesor de la Universidad de Stanford, incidía en este punto en un artículo: “No se ha probado de manera concluyente que la música incremente el razonamiento espacial. Los efectos tienen que ver con el estado de ánimo, la excitación y el disfrute”.
Por lo tanto, hasta que los científicos se pongan de acuerdo, nos quedamos con el placer de escucharla, siempre que nos guste. “Nuestro cerebro necesita alimento cognitivo para enriquecerse”, concluye Chiriviella, quien en este punto recuerda una de las frases célebres de Nietzsche: “Sin música, la vida sería un error”.


De elpais.com

jueves, 11 de enero de 2018

simulación contrafáctica

Antes de asignar la culpa de algo, la mente simula resultados alternativos

 
Algunos filósofos han sugerido que las personas determinan la responsabilidad de un resultado particular imaginando qué habría sucedido si una causa sospechada no hubiera intervenido. Se cree que este tipo de razonamiento, conocido como simulación contrafáctica, ocurre en muchas situaciones.

Por ejemplo, los árbitros de fútbol que deciden si se debe indicar a un jugador como responsable de marcar un gol accidentalmente en propia puerta para el equipo contrario deben tratar de determinar qué habría sucedido si el jugador no hubiera tocado el balón. Este proceso puede ser consciente, como en el ejemplo del fútbol, o inconsciente, por lo que ni siquiera somos conscientes de que lo estamos haciendo.
Utilizando tecnología que rastrea los movimientos oculares, científicos cognitivos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), en Estados Unidos, han obtenido evidencia directa de que las personas inconscientemente usan la simulación contrafáctica para imaginar cómo una situación podría haberse desarrollado de manera diferente.
"Ésta es la primera vez que se ha podido ver esas simulaciones en directo, contar cuántas personas lo están haciendo y mostrar la correlación entre esas simulaciones y sus juicios", dice el autor principal del nuevo estudio, Josh Tenenbaum, profesor en el Departamento de Ciencias del Cerebro y Cognitivias del MIT, miembro del Laboratorio de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial del MIT.
El profesor Tobias Gerstenberg, postdoctorado del MIT que se unirá al Departamento de Psicología de Stanford como profesor asistente el próximo año, es el autor principal del artículo sobre este trabajo que se publica este martes en 'Psychological Science'. Otros autores del estudio son el posdoctorado del MIT Matthew Peterson, el profesor asociado de la Universidad de Stanford, Estados Unidos, Noah Goodman, y el profesor de la Universidad de Londres, Reino Unido, David Lagnado.
Hasta ahora, los estudios de simulación contrafáctica solo podían utilizar informes de personas que describían cómo emitían juicios sobre la responsabilidad, que solo ofrecían evidencia indirecta de cómo funcionaban sus mentes. Gerstenberg, Tenenbaum y sus colegas buscaron pruebas más directas rastreando los movimientos oculares de las personas mientras observaban cómo colisionaban dos bolas de billar.
Los investigadores crearon 18 vídeos con diferentes resultados posibles de las colisiones. En algunos casos, la colisión envió una de las bolas a través de una puerta; en otros, evitó que la bola se fuera. Antes de ver los vídeos, a algunos participantes se les dijo que se les pediría que evaluaran cómo de acuerdo estaban con las declaraciones relacionadas con el efecto de la bola A sobre la bola B, cómo la bola A hizo que la bola B atravesara la puerta. A otros participantes se les preguntó simplemente cuál era el resultado de la colisión.
Mientras los sujetos observaban los vídeos, los investigadores pudieron rastrear sus movimientos oculares usando una luz infrarroja que se refleja en la pupila y revela dónde está mirando el ojo. Esto permitió a los científicos obtener una ventana sobre cómo la mente imagina posibles resultados que no ocurrieron.
"Lo que es genial sobre el seguimiento ocular es que te permite ver cosas de las que no eres consciente --dice Tenenbaum--. Cuando los psicólogos y los filósofos han propuesto la idea de la simulación contrafáctica, no necesariamente significa que lo hagamos conscientemente. Ocurre algo detrás de la superficie y el seguimiento ocular puede revelarlo".
Los investigadores descubrieron que cuando a los participantes se les hacía preguntas sobre el efecto de la bola A sobre la trayectoria de la bola B, sus ojos seguían el curso que la bola B habría tomado si la bola A no hubiera interferido. Además, cuanta más incertidumbre existía al respecto sobre si la bola A tuvo un efecto en el resultado, los participantes miraron más a menudo hacia la trayectoria imaginaria de la bola B.
"Es en los casos cerrados en los que se ve el aspecto más contrafáctico. Están utilizando esos aspectos para resolver la incertidumbre", afirma Tenenbaum. Los participantes a quienes se les preguntó solo cuál fue el resultado real no realizaron los mismos movimientos oculares a lo largo de la ruta alternativa de la pelota B. Los investigadores ahora están usando este enfoque para estudiar situaciones más complejas en las que las personas usan la simulación contrafáctica para hacer juicios de causalidad.
"Creemos que este proceso de simulación contrafáctica es realmente penetrante", sentencia Gerstenberg. "En muchos casos, los movimientos oculares no pueden respaldarse, porque hay muchas clases de pensamientos contrafácticos abstractos que acabamos de hacer en nuestra mente. Pero las colisiones de bolas de billar llevan a un tipo particular de simulación contrafáctica donde podemos verlo", concluye.



De psiquiatria.com