lunes, 25 de septiembre de 2017

di mi nombre

Sí, es posible adivinar el nombre de alguien solo viéndole la cara

Y no tiene nada que ver con la magia. La neurociencia explica el proceso por el que hay quien tiene pinta de llamarse Manolo

Seguramente alguna vez le han presentado a una Rocío o a un Fermín y ha pensado que no le pegaba para nada ese nombre. ¿Se ha preguntado por qué? Al parecer, tenemos algunas ideas preconcebidas de qué caras encajan bien o mal con cada nombre. La revista científica Journal of Personality and Social Psychology acaba de publicar un estudio al respecto. El equipo, dirigido por Yonat Zwebner, de la Universidad Hebrea de Jerusalén (Israel), realizó una serie de experimentos en los que se mostraba una fotografía de un rostro a los participantes, y se les pedía que le adjudicaran un nombre de una lista de 4 o 5 posibilidades. Para sorpresa de los investigadores, consiguieron acertar el nombre real de la persona entre un 30% y un 40% de las veces.
¿Casualidad? No, unas cifras de acierto tan altas no son un resultado fortuito. La explicación, según los expertos, podría estar en los estereotipos culturales asociados a los nombres, y el “efecto adivinatorio” tenía mucho que ver con la cultura de los participantes. De hecho, el estudio se hizo conjuntamente con laEscuela de Estudios Superiores de Comercio (HEC) de París (Francia), y los investigadores comprobaron que los participantes galos tenían más facilidad para adivinar las caras y nombres de las fotos de personas francesas, y lo mismo sucedía con los participantes israelíes.
Este mecanismo mediante el cual asociamos nombres y rostros podría explicarse gracias a la idea de que las personas, sin ser conscientes, alteran su apariencia para ajustarse a las normas culturales y las señales asociadas con sus nombres. En este sentido, los autores del estudio sostienen que los humanos estamos sujetos a la estructuración social desde el minuto en que nacemos, pero no solo por nuestro género, etnia y nivel socioeconómico, sino también por la simple elección que otros hacen al darnos nuestro nombre. Es decir, como humanos, no solo tenemos la habilidad de predecir un nombre en base a los estereotipos culturales que nos rodean, sino que somos capaces de adaptar nuestra imagen al nombre que se nos ha asignado, y que viene con unos estereotipos fisionómicos asociados.

No es magia, son esquemas mentales

David Lagunas Arias, profesor del Departamento de Antropología Social de la Universidad de Sevilla, explica que “la asociación entre caras y nombres se relaciona con lo que en psicología y antropología cognitiva se denomina ‘esquema mental’, que es una modalidad de expansión de una esfera conceptual, junto con la semejanza y la analogía”. Estos esquemas nos permiten identificar cosas (en este caso, caras y nombres) en base a nuestra memoria y experiencia, por lo que las supuestas habilidades proféticas no tienen nada que ver con un mundo mágico, sino que detrás de ellas se esconde una explicación cerebral.
En este sentido, la neurociencia ha observado que los esquemas mentales “son compatibles con la estructura neuronal, es decir, con la organización reticular de las células nerviosas”, apunta Lagunas. De hecho, investigadores delHospital General de Massachusetts (EE UU) han conseguido identificar el hipocampo anterior como el lugar de nuestro cerebro donde suceden estos procesos de memoria asociativa. Además de depender de nuestro cuerpo y cerebro, la estructura conceptual también depende del ambiente externo, lo que Lagunas define como “características bioecológicas y culturales”.
Las caras y nombres son “una expresión de las identificaciones cotidianas de personas que realizamos con imágenes prototípicas compartidas”, explica el docente, ya que “las personas usan continuamente taxonomías para organizar jerárquicamente sus conocimientos”. Si nos centramos en los estereotipos culturales, no es de extrañar que seamos capaces de crear un prototipo fisionómico para un Juan, un Manuel o un Pedro. ¿O acaso no le resulta fácil imaginar a un Manolo, el del bar, un Borjamari, una Conchi del 3ºA o unaEugenia María, del club de campo? El antropólogo aclara que esto se debe a la “activación y categorización de un esquema prototípico, que funciona a través de mecanismos cognitivos de codificación, interpretación y memorización, que pueden ser activados dependiendo del contexto social, cultural y político. Y así, cada grupo categoriza a otro grupo en función de su cultura”.

Las Linas tienen la cara alargada. Los Manolos, redonda

Además de los estereotipos culturales, hay otros factores que influyen en el proceso de atribución de nombres a caras. Uno de ellos es la fonética, que en psicología experimental se conoce como simbolismo fonético. "Ciertos sonidos evocan características físicas. Las vocales altas como la ‘i’ o la ‘u’ se relacionan con tamaños pequeños y con delgadez; y las vocales bajas, con tamaños grandes y redondez. Por ejemplo: ‘chiquitín’ o ‘gordinflón’”, relata Julio Santiago, del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Granada. A este respecto, un estudio publicado en Psychonomic Bulletin & Review defiende que somos capaces de recordar mejor los nombres de las personas que “encajan” con sus caras. ¿Y qué quiere decir que encajen? Pues que las letras redondas y bajitas corresponden a caras rellenitas, y las letras alargadas y finas se asocian a caras delgadas. Es decir, nos resulta más fácil recordar a una Lina delgada y a un Manolo rechoncho.

de elpais.com

lunes, 18 de septiembre de 2017

recuerda ese olor

La magdalena de Proust, o por qué somos capaces de recordar los olores de la infancia

Los olores enriquecen nuestra percepción del mundo. Pero, a pesar de su ubicuidad, conocemos menos la memoria olfativa que la visual y la auditiva

El olfato es un sentido poderoso. Puede hacer que se esté más alerta, reducir la ansiedad e influir sobre la confianza en uno mismo. Algunos olores pueden incluso inducir a las personas a tener precaución en las relaciones sexuales. Los olores enriquecen nuestra percepción del mundo. Pero, a pesar de la ubicuidad de los olores, conocemos menos la memoria olfativa que la visual y la auditiva.
El ejemplo clásico de memoria olfativa es lo que se conoce como recuerdoproustiano (o recuerdo involuntario). Mediante este fenómeno, la mera exposición a un estímulo desencadena automáticamente un recuerdo intenso del pasado. Para Proust, era una magdalena mojada en té la que evocaba un recuerdo detallado de la casa de su tía.
Como investigador de la memoria olfativa, la gente me suele contar historias sobre olores que evocan vívidos recuerdos autobiográficos. Puede tratarse del olor de la comida de hospital, de una determinada bebida alcohólica o del champú de un antiguo amante. Se piensa que esta estrecha relación entre el olor y las emociones se debe a que la zona del cerebro que interviene en el procesamiento de los olores está situada en el interior del sistema límbico (una zona del cerebro vinculada a las emociones).

Sin embargo, no todos los olores se almacenan en la memoria a largo plazo. Algunos solamente se guardan en la memoria durante periodos breves. Imaginen que están comprando una nueva colonia o loción de afeitado. No olerían dos productos al mismo tiempo, ya que les resultaría difícil distinguir uno del otro. Para decidir cuál prefieren, tendrían que oler uno a continuación del otro. Eso significa que tendrían que almacenar temporalmente el olor y luego recordarlo para compararlo con el otro. Hemos analizado el modo en que la gente almacena los olores en la memoria a corto plazo y la medida en que el funcionamiento de la memoria olfativa difiere del de otras clases de memoria.

La explicación más simple es que las tareas relacionadas con la memoria olfativa se lleven a cabo etiquetando verbalmente los olores (por ejemplo: “Huele como el queso”). Pero el uso de esta clase de estrategia verbal hace que la labor memorística sea una prueba de memoria verbal más que de memoria olfativa, ya que almacenamos la palabra “queso” en la memoria verbal, no el olor a queso en la memoria olfativa. Como investigadores, podemos limitar el uso de esa estrategia seleccionando olores difíciles de nombrar. Por ejemplo, los olores no relacionados con la comida suelen ser difíciles de etiquetar.
Otro truco que empleamos consiste en pedir a los participantes que repitan palabras no relacionadas con la tarea durante la prueba; esto se denomina articulación simultánea. La articulación simultánea interfiere en la capacidad de la persona para nombrar los olores y para buscar en silencio los nombres durante la prueba. Por ejemplo, si uno repite “el, el, el” mientras huele algo que recuerda al césped recién cortado, no será capaz de almacenar las palabras “césped recién cortado” en la memoria verbal. Se parece un poco a intentar leer un libro mientras se escuchan las noticias.
 Se ha comprobado que la gente puede hacer trabajar su memoria olfativa a corto plazo cuando los olores son difíciles de nombrar y cuando realiza una articulación simultánea. Estos hallazgos indican que, aunque el etiquetado verbal mejore el recuerdo de un olor, la gente también es capaz de almacenar el propio olor en la memoria. Ese hecho se ve respaldado por un estudio que pone de manifiesto que la zona del cerebro que se activa cuando se recuerdan olores fáciles de nombrar es distinta de la que se activa cuando los olores son difíciles de nombrar; concretamente, la circunvolución frontal inferior y la corteza piriforme, respectivamente.
Un método que se ha empleado para comparar la memoria olfativa a corto plazo con otras clases de memoria es la medida en que la gente es capaz de recordar una lista de olores. Dependiendo de las características específicas de la tarea memorística, a la gente se le suele dar bien recordar el primer y el último elemento de la lista (fenómeno denominado primacía y actualidad). Hay pruebas de que, en el caso de algunas tareas, la memoria olfativa genera efectos de primacía y actualidad distintos de los de otros estímulos. Estas diferencias indicarían que la memoria olfativa no funciona del mismo modo que otras clases de memoria.
Sería bastante razonable preguntarse por qué debería interesarnos el análisis de la memoria olfativa, dado que la mayor parte del tiempo usamos la percepción olfativa para juzgar los olores (para decir que algo huele bien o fatal). Sin embargo, en un estudio se ha comprobado que una memoria olfativa defectuosa predispone a la aparición de demencia.
Para recalcar este vínculo, las personas que tienen el gen ApoE (un factor de riesgo genético de sufrir alzhéimer), las cuales no muestran signos de demencia, presentan una identificación defectuosa de los olores. Estos hallazgos indican que las pruebas de memoria olfativa podrían formar parte del arsenal de herramientas con las que detectar la demencia en sus etapas iniciales. La detección precoz es importante porque, cuanto antes se intervenga, mejor será el resultado.

de elpais.com

lunes, 11 de septiembre de 2017

abre tu mente

El cerebro procesa el mundo como una alucinación controlada

El proyecto Open MIND trata de entender cómo nuestro cerebro crea la realidad que percibimos a partir de información limitada


Nuestro cerebro es limitado y no es capaz de procesar más que una pequeña fracción de lo que sucede a nuestro alrededor. Por eso, con una pequeña cantidad de información, trata de crear una percepción de la realidad que nos sirva para sobrevivir, aunque en muchos casos esa percepción tenga mucho de ilusión.
En la Universidad Gutenberg de Mainz, en Alemania, el filósofo Thomas Metzinger ha puesto en marcha el proyecto Open MIND. Entre sus hipótesis de trabajo se encuentra la idea de que nuestro cerebro está constantemente haciendo predicciones sobre lo que tenemos a nuestro alrededor, desde nuestro compañero de trabajo hasta la temperatura del café.
Este planteamiento cuestiona la idea intuitiva de que nuestro cerebro percibe información de su entorno y después la procesa para crear percepciones. Sin embargo, esto no es así. Nuestros prejuicios sobre el mundo, creados a partir de nuestra experiencia e incluso nuestra naturaleza biológica, funcionan como un elemento activo que modifica la realidad para adaptarla a nosotros. Este tipo de proyectos abundan en la idea de que la realidad con la que convivimos es una simulación de nuestro cerebro. O en palabras de Metzinger, que nuestros procesos cerebrales son una forma de alucinación controlada

de elpais.com

lunes, 4 de septiembre de 2017

neuromagia


Los magos aprovechan los fallos de la mente humana para sus trucos. La neuromagia, un novedoso campo de investigación, trata de descifrar cómo.


APOLLO ROBBINS es considerado uno de los carteristas más hábiles del mundo, capaz de birlarle a uno cualquier cosa con tal rapidez que es imposible cazarle con la vista. Pero no es un ladrón. Es uno de los magos más famosos de Estados Unidos. Uno de sus juegos de manos más sencillos: trastear con una moneda con los dedos de su mano izquierda y cogerla con la derecha. Abre esa mano y la moneda se ha desvanecido. Sabemos que es un truco, pero no conseguimos pillarlo. La española Susana Martínez-Conde, directora del laboratorio de Neurociencia Integrada de la Universidad Estatal de Nueva York, se propuso averiguarlo. Colocó a siete personas en su laboratorio frente a una pantalla donde se proyectaba un vídeo en el que Robbins ejecutaba el truco y grabó sus movimientos oculares. “Robbins había observado que al quitarle algo a alguien su atención se desviaba de forma distinta dependiendo de si el movimiento de su mano era curvo o rectilíneo”.
Los resultados mostraron, por ejemplo, que cuando Robbins sustraía la moneda y ejecutaba un movimiento recto en el aire con su mano derecha (que no tenía la moneda), las pupilas de los observadores fijaban su atención al principio y al final del movimiento, pero en medio de la trayectoria prácticamente “eran ciegos”, dice esta investigadora. El cerebro se encarga de “rellenar el hueco”. Los voluntarios volvían a fijarse después de realizado el truco en la mano izquierda (que sí tenía la moneda).

El trabajo de Martínez-Conde, coautora de Los engaños de la mente (Booket, 2013), y su equipo, publicado en la revista Frontiers in Human Neuroscience, inauguró un nuevo campo, la neuromagia, que investiga la manera en la que los magos profesionales se aprovechan de una facultad tan desconocida y habitual del cerebro humano: su capacidad para engañarnos continuamente. Por el método del ensayo y error, averiguan qué trucos funcionan y desechan los que no.
Que el cerebro nos engaña no tiene por qué ser una desventaja, según esta experta. Aunque el asunto les venga de fábula a los magos. No hay una zona especial de la corteza cerebral donde se procesen las ilusiones logrando que parezcan verdaderas. Para crear esta nueva especialidad científica, mezcla de neurociencia y arte, Martínez-Conde y los suyos iniciaron hace más de 10 años una colaboración con algunos de los mejores magos, especialmente James Randi, la pareja formada por Pen & Teller, Mac King o el Gran Tomsoni, en la capital mundial de la magia, Las Vegas, con objeto de llevar su trabajo al laboratorio.
Aunque el más famoso de todos ellos sigue siendo Harry Houdini, en opinión de Miguel Ángel Delgado, comisario de la exposición Houdini. Las leyes del asombro, de la sede madrileña de la Fundación Telefónica (hasta el próximo 28 de mayo). Houdini dejó boquiabierto al público en el hipódromo de Nueva York en 1918 al lograr la desaparición de Jennie, una elefanta de 2,7 toneladas. “La tapaba con una cortina, disparaba al aire, caía la cortina y el animal desaparecía”, explica Delgado. Los magos saben cómo engañarnos usando trucos ópticos, la iluminación y el manejo del color. Nadie mejor que ellos a la hora de lograr que nuestro cerebro trabaje a su favor, y Houdini lo tenía muy claro. Delgado concluye con una de las citas del inventor del escapismo: “Lo que los ojos ven y lo que los oídos oyen es lo que la gente cree”.


De elpais.com