viernes, 29 de diciembre de 2017

si vas a beber, escoge bien

Diferentes tipos de alcohol provocan distintas respuestas emocionales



Los diferentes tipos de alcohol provocan diferentes respuestas emocionales, pero las bebidas alcohólicas de alta graduación se asocian con mayor frecuencia con sentimientos de agresión, sugiere una investigación publicada en la revista digital 'BMJ Open'.
Para explorar los posibles factores emocionales que subyacen a la preferencia por el alcohol, científicos británicos recurrieron a respuestas anónimas a la encuesta digital más grande del mundo sobre el uso legal e ilícito de drogas y alcohol entre adultos ('Global Drug Survey' o GDS).
El GDS, disponible en 11 idiomas, incluye preguntas específicas sobre el consumo de alcohol y los sentimientos asociados con el consumo de cerveza, licores y vino tinto o blanco cuando está en casa o cuando se sale. Se incluyeron emociones como con energía, relajado, sexy, sexy, seguro, cansado, agresivo, enfermo, inquieto y lloroso.
El análisis final incluyó las respuestas de poco menos de 30.000 de 18 a 34 años de 21 países que habían bebido cada uno de los tipos especificados de alcohol durante el año anterior y que habían completado todas las secciones relevantes del cuestionario. Sus respuestas mostraron que atribuían diferentes emociones a distintos tipos de alcohol.
LAS BEBIDAS DE ALTA GRADUACIÓN PROVOCAN MÁS SENTIMIENTOS NEGATIVOS


Las bebidas alcohólicas de alta graduación tenían menos probabilidades de estar vinculadas con sentirse relajado (20 por ciento); el vino tinto fue el más propenso a provocar esta sensación (poco menos del 53 por ciento), seguido de la cerveza (alrededor del 50 por ciento).
Es más probable que las bebidas alcohólicas de alta graduación provoquen sentimientos negativos que todos los demás tipos de alcohol. Casi un tercio (30 por ciento) de los bebedores de alcohol asociaron esas bebidas con sentimientos de agresión en comparación con alrededor del 2,5 por ciento de los bebedores de vino tinto.
Pero las bebidas alcohólicas de alta graduación tenían más probabilidades de provocar algunos sentimientos positivos que la cerveza o el vino. Más de la mitad (alrededor del 59 por ciento) de los encuestados asociaron estas bebidas con sensaciones de energía y confianza; y más de cuatro de cada 10 (42,5 por ciento), las asociaron con sentirse sexy.
Las respuestas difirieron según el nivel educativo, el país de origen y la edad, siendo el grupo de edad más joven (18-24 años) el que más asociaba cualquier tipo de alcohol con sentimientos de confianza, energía y sensualidad cuando bebía fuera de casa. Las respuestas también difieren según el sexo y la categoría de dependencia del alcohol: las mujeres eran significativamente más propensas que los hombres a asociar cada sentimiento, salvo la agresión, con todos los tipos de alcohol.
Sin embargo, los hombres fueron significativamente más propensos a asociar los sentimientos de agresión con todos los tipos de alcohol, al igual que los clasificados como grandes bebedores o dependientes, que tenían seis veces más probabilidades de hacerlo que los bebedores de bajo riesgo. Y los bebedores compulsivos eran más propensos a seleccionar cualquier bebida que estuviera asociada con sentimientos de agresión y llanto cuando estaban en casa o cuando estaban fuera.
Estos hallazgos sugieren que los bebedores dependientes pueden depender del alcohol para generar las emociones positivas que asocian con la bebida, ya que tenían cinco veces más probabilidades de sentirse con energía que los bebedores de bajo riesgo, dicen los investigadores.
Este es un estudio observacional por lo que no se pueden sacar conclusiones firmes sobre causa y efecto. Los investigadores enfatizan que es probable que haya muchos factores involucrados en los sentimientos provocados por el alcohol, incluida la publicidad, cuándo y dónde se bebe alcohol y el contenido de alcohol de diferentes bebidas.
Pero concluyen: "Comprender las emociones asociadas con el consumo de alcohol es imprescindible para abordar el uso indebido del alcohol, proporcionando información sobre qué emociones influyen en la elección de la bebida entre los diferentes grupos de la población".
Alrededor de 3,3 millones de muertes y cerca de uno de cada 20 casos de enfermedad y lesiones en todo el mundo son directamente atribuibles al alcohol. "Durante siglos, la historia del ron, la ginebra, el vodka y otras bebidas alcohólicas de alta graduación se ha mezclado con violencia. Este estudio mundial sugiere que incluso hoy en día es más probable que los consumidores de bebidas espírituosas generen sentimientos de agresión que lo sque toman otras bebidas", afirma el coautor, el profesor Mark Bellis, director del Centro de Salud Pública de la Universidad John Moores de Liverpool, Reino Unido.

de psiquiatria.com

lunes, 18 de diciembre de 2017

regiones cerebrales de compasión

Un escáner del cerebro muestra dónde se esconde la compasión humana.

La empatía por el dolor ajeno activa los mismos patrones cerebrales en diferentes personas.

La empatía es un mecanismo neuronal básico en los humanos. En las comunidades primitivas, esa capacidad para interpretar los estados mentales del otro y ponerse en su lugar servía para saber si los que acercaban al grupo tenían buenas o malas intenciones. La empatía es fundamental para las relaciones humanas. Tanto que, salvo psicópatas o autistas, todos los humanos son seres empáticos. Un grupo de investigadores de EE UU ha estudiado en qué parte del cerebro se genera y si es igual en diferentes personas.

A 66 voluntarios les escanearon el cerebro mientras oían testimonios reales de dramas humanos, algunos con final feliz, otros no. Fuera del escáner, los voluntarios tuvieron que valorar cómo les hizo sentir cada historia. Lo primero que comprobaron es que la empatía no es cosa de una zona determinada del cerebro, intervienen muchas y con funciones muy diferentes. "El cerebro no es un sistema por módulos donde haya una zona encargada de la empatía. Se trata de un proceso distribuido", dice el director del laboratorio de neurociencia de la Universidad de Colorado, Boulder (EE UU) y coautor del estudio, Tor Wager.
La compasión empática activa las mismas áreas del cerebro que cuando valoramos la comida o el dinero.

Dentro de la empatía que despertaban las historias pudieron apreciar dos patrones bien diferenciados entre la que tiene que ver con la solidaridad y la compasión y la angustia empática. En la primera participan áreas cerebrales como el córtex prefrontal ventromedial o la corteza medial orbitofrontal, relacionadas con los procesos con los que el cerebro da valor a algo. "Las mismas regiones que interviene en la valoración de la comida o el dinero, aparecen implicadas en nuestro estudio al valorar el bienestar de los otros", explica Yoni Ashar, miembro del grupo de Wager y principal autor del estudio.

Sin embargo historias como la de un veterano de guerra que acaba mendigando en las calles o la de un enfermo de cáncer que acaba mal, que despiertan más angustia que compasión, activan otras zonas del cerebro, como el córtex premotor o la corteza somatosensorial primaria. Ambas son conocidas por participar en los procesos llamados de espejo. "Las áreas cerebrales que aparecen preferentemente relacionadas con la angustia empática también se activan mientras experimentamos u observamos acciones, sensaciones y expresiones faciales", comenta Ashar.

Los dos tipos de empatía emocional, la compasiva y la angustia, activan diferentes zonas del cerebro.
Pero el resultado que más ha llamado la atención de este trabajo publicado en la revista Neuron es que todas las personas escaneadas mostraron patrones cerebrales muy similares cuando empatizaban con los protagonistas de cada historia. Aunque la emoción sea muy personal, el patrón de activación es común. De hecho, pudieron usar estos patrones como marcadores para predecir cómo valoraría otro grupo de 200 personas a las que no les escanearon el cerebro las mismas historias que oyó el primero. Los investigadores creen que estos patrones podrían, en el futuro, servir en la detección de trastornos como la psicopatía.



De elpais.com

lunes, 11 de diciembre de 2017

el amor en el laboratorio

Científicos realizan en un laboratorio el estudio más completo sobre los mecanismos fisiológicos que provoca el amor

Científicos de la Universidad de Granada, pertenecientes al Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento (CIMCYC), han llevado a cabo los estudios más completos realizados hasta la fecha sobre los mecanismos fisiológicos que provoca el amor en las personas, midiendo estos efectos tanto a nivel central (esto es, cerebral) como periférico (cardíaco, muscular y de sudoración).
Su trabajo ha determinado que, cuando una persona está enamorada y contempla una fotografía de la cara de su amado/a (algo que también ocurre si es un familiar querido, como el padre o madre), se produce lo que los científicos de la UGR han denominado“taquicardia afectiva”: su corazón sufre una deceleración inicial (disminuye la frecuencia cardíaca durante unos segundos) para posteriormente acelerarse rápidamente.
Además, la visión del rostro de la persona amada aumenta la sudoración o conductividad eléctrica de la piel a partir del primer segundo y medio, y provoca una activación del músculo cigomático facial, que es el responsable de la sonrisa. Este último patrón se produce en mayor medida en las chicas que en los chicos, debido, probablemente, a cuestiones culturales, ya que las mujeres tienen una mayor facilidad para expresar sus emociones que los hombres.
Por último, a nivel central, la actividad cerebral que se produce es mucho mayor cuando contemplamos fotos de personas queridas que las de desconocidos.
Los investigadores que han realizado este trabajo pertenecen al Laboratorio de Psicofisiología Humana y Salud del CIMCYC, y desde el año 2010 analizan los patrones fisiológicos que producen las emociones positivas en los sujetos.
Caras de seres queridos
Para llevar a cabo esta investigación, los científicos trabajaron con una muestra formada por estudiantes de la Facultad de Psicología de la UGR, hombres y mujeres de entre 20 y 29 años, a quienes pidieron que realizaran una fotografía con unas condiciones determinadas de tamaño y en blanco y negro de su padre o madre, así como de su pareja, con quien debían llevar un mínimo de seis meses de relación.
“Estas fotos de las caras deben ser neutras, es decir, no deben tener ninguna expresión emocional de alegría o tristeza que pueda interferir en la reacción de los participantes, y se proyectan de manera aleatoria durante 4 segundos durante el experimento que llevamos a cabo”, explican los investigadores del CIMCYC Jaime Vila Castellar y Pedro Guerra Muñoz.
Posteriormente, los científicos realizaron un experimento con todos los participantes, en el que les colocaban sensores en el rostro, cabeza y manos, y monitorizaban su actividad fisiológica central y periférica, al tiempo que les presentaban fotografías de 5 caras: dos de personas queridas, dos de personas desconocidas y una de un bebé (como grupo control).
El patrón fisiológico del amor realizado por los científicos de la UGR también revela que este sentimiento positivo es un protector del estrés. Y es que, cuando los participantes estaban contemplando la foto de una persona querida (padre/madre o novio/a), al darles un susto (mediante un fuerte ruido inducido a través de los auriculares) la respuesta de sobresalto que se producía era mucho menor que cuando esto ocurría sin visionar la foto.

de psiquiatria.com

lunes, 4 de diciembre de 2017

compartir conexiones (cerebrales)

¿Las semejanzas que caracterizan a los individuos humanos en una extensa red de conexiones cerebrales se reflejan en su mayor parecido psicológico? 

Para responder a esta pregunta un equipo internacional de científicos parceló el cerebro en 82 regiones y analizó sus más de 3 mil conexiones posibles. De este modo, se propusieron averiguar cuáles de estas conexiones permiten pronosticar una mayor semejanza entre los individuos según su rendimiento cognitivo.
Este rendimiento se valoró con instrumentos estandarizados que analizan formalmente los niveles de razonamiento abstracto, razonamiento verbal, razonamiento espacial, memoria operativa, control atencional y velocidad mental. Así, los análisis estadísticos permitieron identificar treinta y seis conexiones regionales clave.
De acuerdo con los resultados, publicados en Human Brain Mapping, las regiones que componen esa red cerebral contribuyen a la captura de la información relevante (Stage 1, input), su integración (Stage 2), valoración (Stage 3) y preparación de la respuesta (Stage 4, output).
“Mediante una validación cruzada de los resultados observados pudo comprobarse la solidez de las regiones identificadas: a mayor similitud entre esas conexiones, tanto dentro de cada hemisferio cerebral como entre hemisferios, mayor semejanza en el rendimiento cognitivo”, detalla Roberto Colom, catedrático del departamento de Psicología Biológica y de la Salud de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), desde donde se lideró la investigación.
Según el investigador, “la sofisticada aproximación metodológica que fue aplicada, llamada Multivariate Distance Matrix Regression Analysis, ayudó a superar una serie de limitaciones que impedían relacionar sustantivamente las variaciones estructurales del cerebro con las diferencias de rendimiento cognitivo. Se trata de una técnica que permite explorar simultáneamente las semejanzas biológicas y psicológicas”.
Como parte de la investigación, un grupo de jóvenes completó una batería de 18 pruebas psicológicas. También se obtuvieron registros de resonancia magnética. Las imágenes de los cerebros de los jóvenes se dividieron en 82 regiones para estudiar, seguidamente, sus niveles de conectividad estructural.
El número total de conexiones (3.321) entre estas regiones pudo reducirse a 36, según su relevancia estadística para explicar las semejanzas psicológicas. Por tanto, los resultados subrayan que una abrumadora mayoría de esas conexiones no son relevantes para dar cuenta de las semejanzas en los factores cognitivos considerados.
Aún así, los investigadores subrayan que esas treinta y seis regiones se encuentran distribuidas por todo el cerebro, conectando zonas distantes, tanto dentro de cada hemisferio cerebral como entre hemisferios. “No hay ninguna región que sea necesaria y suficiente para comprender las diferencias de rendimiento cognitivo. Por el contrario, la clave para avanzar en nuestro estado de conocimientos pasa por comprender la naturaleza de las conexiones entre regiones extensamente distribuidas”, señala Colom.
“En una reciente investigación del equipo de mi colega de la Universidad de Harvard, el Dr. Emiliano Santarnecchi, se observó que los individuos con mayor rendimiento cognitivo se caracterizaban por poseer redes cerebrales más distribuidas, mientras que esas redes eran más locales en los individuos con un menor nivel cognitivo –detalla el investigador–. Los primeros soportaban mejor que los segundos el efecto negativo de, por ejemplo, las lesiones cerebrales, hecho que nos invita a los científicos a pensar en la existencia de mejores y peores redes en el cerebro humano, y si es así, en modos de mejorar la resistencia de los cerebros más susceptibles al deterioro biológico y cognitivo”.
En el trabajo también participaron científicos del Beckman Institute (Universidad de Illinois, EE UU).

de psiquiatria.com

lunes, 27 de noviembre de 2017

call me baby

Si su pareja le llama por otro nombre, es que le quiere

La neurociencia dice que son simples confusiones del cerebro entre la gente que le resulta más importante. Claro que si todavía guarda ahí a su ex.

¿Quién no se ha visto intentando encajar (con elegancia) cómo su jefe le llamaba por el nombre de su antecesor? ¿O a su pareja llamándole por el nombre de su ex? Aunque ocurran con frecuencia, escenas como estas no dejan de ser violentas... e incómodas. Y es que no es extraño que en una reunión familiar llamemos a nuestro tío con el nombre del abuelo, o que bauticemos de nuevo al sobrino de 19 años. Parte de su explicación reside en una simple cuestión de probabilidades, "ya que los nombres de los seres queridos son los que usamos con más frecuencia", apunta Juan Moisés de la Serna, doctor en Psicología y especialista en Neurociencias y Biología del Comportamiento, quien asegura que "el cerebro está continuamente equivocándose al seleccionar la información o al recuperar unas huellas de memoria y no otras. Lo que ocurre es que suele pasar desapercibido".
En este sentido, David Rubin, profesor de Psicología y Neurociencias de la Duke University (Durham, EE UU), decidió investigar las razones por las que alguien comete un lapsus linguae. Para ello, realizó una encuesta a 1.700 personas a las que se les preguntó si en alguna ocasión se habían equivocado al referirse a otra persona, y si ellas mismas habían sido objeto del desliz. A continuación, se les pidió que explicaran la relación existente entre los individuos o animales cuyos nombres habían intercambiado. Las conclusiones del trabajo, que fueron publicadas en la revista Memory and Cognition, establecían que el origen del fallo se debía al modo en que archivamos la información.
Los investigadores constataron que la confusión más habitual tenía lugar en el entorno familiar, y en concreto, se detectó que eran las madres las que más erraban, por encima de los desaciertos de los padres. Sin embargo, lo más llamativo de la encuesta fue que, en muchas ocasiones, el nombre que "se colaba" entre los escogidos no era el de un miembro de la familia, sino el de la mascota que convivía con ellos. Eso sí, en ningún caso eran gatos, siempre escogían un perro.
¿Por qué nombres de animales como Toby o Chusky pertenecían al mismo círculo que el de los humanos de la casa? La conclusión a la que llegaron es que el cerebro guarda los datos en forma de grupos o redes. Así lo explica el neurólogo Marcelo Berthier, director de la Unidad de Medicina Cognitiva y Afasia del Centro de Investigaciones Médico-sanitarias (CIMES) de la Universidad de Málaga y miembro de la Sociedad Española de Neurología (SEN): "Utilizamos el hemisferio cerebral derecho para reconocer las caras familiares, mientras que empleamos el izquierdo para los nombres propios. Así, cada vez que nombramos a alguien, realizamos un proceso de integración entre ambas funciones".
Aunque este ejercicio no entrañe grandes dificultades, reconoce Berthier, es susceptible de que en su ejecución se produzcan desajustes, lo cual "es un fenómeno muy común entre sujetos sanos", asevera el experto. "Cuando queremos mencionar a alguien, activamos el nombre de esa persona y también los nombres 'vecinos', es decir, todos aquellos que están relacionados semántica o fonológicamente entre sí", aclara el neurólogo. Y claro, si alguna vez se le escapa el nombre de su ex, puede que todavía lo tenga más presente de lo que piense.
Estos grupos actúan como huellas de memoria, las cuales se crean con multitud de estímulos y van creciendo a medida que aumenta la información del recuerdo almacenado. "Ni las caras ni los nombres, por sí solos, significan nada. Todas esas huellas se conectan entre sí de forma que pueden estar relacionadas fonológicamente, por categorías o por significado", argumenta De la Serna.
El sistema de almacenaje por carpetas facilita el posterior acceso a la información, ya que la mente siempre trata de optimizar recursos. Una de las formas que tiene para hacerlo "es establecer categorías según la relevancia emocional, la utilidad o la proximidad", señala el psicólogo. Y añade: "Cuanto más fuerte sea la huella, es decir, cuanta más información contenga, más fácil será recuperarla".
Así describe Berthier este proceso: "Cuando una madre quiere llamar a sus hijos, su cerebro activa el nombre de todos ellos, incluso el de su mascota". Ahora bien, ¿qué es lo que determinará el orden en el que van a ir saliendo de su boca? "El nombre que recibe mayor activación cerebral será el primero que pronuncie", asegura el experto, que recuerda que cuando vamos a nombrar a un ser querido, "no solo recurrimos a la red semántica o fonológica que los relaciona, ya que en estos casos también entran en juego las emociones ubicadas en la amígdala, una estructura localizada en el lóbulo temporal del cerebro".
En esta recaptación de datos también influye la frecuencia con la que empleamos "la huella" que buscamos. Esto significa que una de las razones por las que el estudio afirma que las madres equivocan el nombre de sus hijos más a menudo que los padres es porque, en general, "las interacciones madre-hijo son cuantitativamente mucho mayores y por ello la posibilidad de errar también aumenta", sostiene De la Serna, y añade que "cuando se equivoca un amigo o un desconocido, no prestamos mucha atención, pero cuando es nuestra madre, nos sorprende e incluso nos puede llegar a molestar".
El misnaming (confusión de nombres) no supone una falta de educación o tacto, y De la Serna lo justifica con estas dos razones: "En primer lugar, puede deberse a un problema en el momento de archivar el dato. Esto sucede cuando nos presentan a alguien y no prestamos la suficiente atención. Más adelante, a duras penas recordamos por qué letra comienza su nombre. Y por otro lado, también puede deberse a una interferencia que interrumpe la recuperación de la información, lo cual es un fenómeno relativamente normal, sobre todo cuando nos sentimos presionados".


  De elpais.com

lunes, 20 de noviembre de 2017

tu horario de trabajo

Las personas matutinas no deberían trabajar de noche, ni las vespertinas de día, por tomar decisiones impulsivas.

Un estudio realizado en la Universidad de Granada (UGR), en colaboración con la Universidad de Bolonia (Italia), advierte de la necesidad de ajustar las preferencias circadianas de cada persona (esto es, si es matutina, vespertina o intermedia) a sus horarios de trabajo, ya que cuando un trabajador se somete a horarios que no encajan con su preferencia circadiana (por horarios impuestos) puede ver afectada su capacidad de tomar decisiones, debido a una falta de control cognitivo que provoca impulsividad.
Los ritmos circadianos son cambios físicos, mentales y conductuales que siguen un ciclo aproximado de 24 horas y que responden, principalmente, a la luz y la oscuridad en el ambiente en el que vive un organismo. Estos ritmos afectan al estado emocional y al control cognitivo de las personas, que es la posibilidad de regular exitosamente y de modo deliberado la intensidad, las circunstancias provocadoras de emociones. A su vez, la toma de decisiones de un sujeto está afectada por factores psicológicos como el estado emocional o el control cognitivo.
Los investigadores de la UGR, pertenecientes al Centro de Investigación “Mente, Cerebro y Comportamiento” (CIMCYC), junto con los de la Universidad de Bolonia, han evaluado la preferencia circadiana (es decir, si los participantes eran matutinos, vespertinos o intermedios) para conocer la influencia de la hora del día y la preferencia circadiana en la toma de decisiones interpersonales medida mediante un juego económico que los participantes realizaban en un ordenador.
En el estudio participaron 64 estudiantes italianos de ambos sexos, pertenecientes a la Universidad de Bolonia, de los que 32 eran matutinos y 32 vespertinos.
A todos ellos se les planteó un juego que consistía en aceptar o rechazar ofertas propuestas por un compañero virtual. Lo racional en este juego sería aceptar todas las ofertas, ya que aceptar implica que cada uno de los jugadores se queda con la cantidad propuesta, mientras que rechazar implicaría que ninguno de ellos se llevaría nada.
Una vez seleccionados los participantes, en función de su preferencia circadiana extrema (matutino y vespertino), se les citó en dos momentos temporales (por la mañana y por la tarde) para que realizaran una prueba de control cognitivo y la prueba principal de toma de decisiones. Además, se tomaron en cuenta marcadores corporales como la temperatura para verificar que realmente se encontraban en sus momentos óptimo-no óptimo del día. De esa manera, los científicos comprobaron cómo estos se comportaban en su hora óptima del día y en su hora no óptima.
Los resultados demostraron que los participantes mostraron una desviación de la racionalidad, rechazando las ofertas injustas. Además, los matutinos invirtieron más tiempo en tomar las decisiones que reflejaban más incertidumbre (las que no eran claramente justa o injustas).
A la luz de los resultados de su trabajo, dos sus autores, los investigadores de la UGR Ángel Correa Torres y Noelia Ruiz Herrera, afirman que, cuando somos sometidos a horarios que alteran nuestro ritmo circadiano, podríamos tomar decisiones de manera más impulsiva, lo que podría afectar a la calidad de nuestras acciones y por supuesto, actuar en contra de nuestro propio beneficio. Además, afirman que existe una diferencia entre estilos de toma de decisiones entre matutinos y vespertinos, ya que los matutinos invierten más tiempo en meditar las decisiones.
Los autores advierten, por tanto, de la necesidad de conocer la preferencia circadiana para ajustar a los trabajadores a sus horarios de trabajo. De éste modo las empresas mantendrían una ventaja ya que se podrían adaptar de manera más adecuada los horarios de trabajo para aprovechar los picos de rendimiento óptimo de cada trabajador.


de psiquiatria.com

lunes, 13 de noviembre de 2017

publicidad infantil y obesidad infantil

Así es como la publicidad engorda a los niños

Los últimos estudios revelan los trucos que emplea la industria alimentaria con los más pequeños

Los niños gordos son una inversión en ventas futuras” es una de las conclusiones de una reciente edición especial que la revista médica The Lancet le dedicó a la epidemia de obesidad. El exceso de peso se ha convertido en una losa terrible, asociada a todo tipo de dolencias y enfermedades que acortan la vida, y que ningún país logra conjurar. Un mal que se inocula cuando todavía somos niños y que se transmite con especial virulencia a través de la pantalla: la tele (y ahora también internet) engorda.
 “Son muchísimas las evidencias científicas del gran poder de influencia que la publicidad tiene sobre la alimentación de los menores”, asegura Miguel Ángel Royo-Bordonada, investigador de la Escuela Nacional de Salud Pública y autor de numerosos estudios sobre este problema. El año pasado publicó el mayor análisis que se ha realizado sobre los anuncios que ven niñas y niños en la televisión española. “Los menores reciben 7.500 impactos al año de mensajes que les dicen que coman un producto que no es saludable, asociados además a emociones positivas, a regalos y obsequios, y que además aseguran que son más sanos cuando es al contrario”, denuncia este especialista.
El último dato que aporta Royo-Bordonada es especialmente sangrante: comestibles que son poco recomendables según criterios médicos, pero que se permiten el lujo de anunciarse con reclamos nutricionales. El más frecuente, presente en la mitad de los productos que analizaron, es resaltar algún contenido en vitaminas y minerales (que además son “completamente innecesarios”, según el experto). El 80% de los alimentos que hacen eso, exhibir un único nutriente como aval de que son sanos, en realidad resultan ser los comestibles menos saludables.
Dulces como galletas, cereales de desayuno azucarados, bollería, batidos, helados y otros lácteos, cacao y golosinas, comida rápida, aperitivos salados y refrescos, todos por lo general ricos en calorías, bajos en nutrientes y con alto contenido en azúcar, grasa y sal. Un escolar de entre seis y doce años ve 25 anuncios de comida cada día y el 75% son de productos que no debería consumir habitualmente. Pero lo acaba haciendo, en muchos casos porque sus progenitores caen en “esos reclamos que confunden a los padres, que quieren comprar lo más saludable para sus hijos”. “Si se cumpliera el criterio establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), habría que retirar de las pantallas tres cuartas partes de los anuncios”, denuncia Royo-Bordonada, que culpa a una dejación de responsabilidad de las autoridades sanitarias españolas por dejar que la industria se autorregule.
En el estudio Aladino de 2015 (PDF), que analiza la evolución del índice de masa corporal (IMC) entre los menores, se observa que el 41,3% de los críos entre 6 y 9 años tiene sobrepeso u obesidad (el porcentaje de obesos, la situación más grave, está estancado desde 2011). En ese trabajo de referencia se señala que disponer de televisión en el dormitorio, así como dedicarle más de dos horas diarias, es un factor notablemente asociado a la obesidad. Son muchos los estudios que muestran esa correlación directa: a mayor consumo de tele, más ingesta de calorías y mayor peso. Un detalle revelador es que el 71% de los menores españoles come delante de una pantalla, un hábito poco saludable. Los expertos advierten de que los niños tienden a difuminar y disminuir las diferencias entre la publicidad y los programas normales.
En su último número, Gaceta Sanitaria publicaba un estudio que muestra cómo los productos de alimentación menos saludables son los que más se dirigen a la población infantil. El 82% de los anuncios de alimentación procesada destinados a niños y niñas publicitan productos con un contenido elevado de sal, grasas o azúcares refinados, frente al 33% de la publicidad dirigida a la población adulta. Los 1.880 anuncios analizados, emitidos por Telecinco y Canal Sur, dejaban claro que los spots dirigidos a menores cuentan con más trucos publicitarios (fantasía, regalos, animación…) “con la intencionada estrategia de esconder o manipular la información nutricional del producto”, advierten.
“Hay que proteger a los que no pueden defenderse ante una publicidad que anima al consumo irracional muy especialmente a las personas más vulnerables, que son los niños y las niñas”, defiende Cecilia Díaz, investigadora de la Universidad de Oviedo y coordinadora de la Encuesta Nacional de Hábitos Alimentarios de los españoles. “Los menores son más vulnerables, no cuentan con las suficientes defensas de conocimiento racional para darse cuenta de que les están llevando hacia consumos no siempre apropiados y con frecuencia innecesarios”, asegura Díaz, que además es vicepresidenta del comité científico de la Agencia de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición en España (AECOSAN).
"Se ha calculado que hasta un tercio de los niños con sobrepeso y obesidad no lo serían si no estuvieran expuestos a la publicidad alimentaria", afirma Marta Moreno, profesora de medio ambiente y sociedad de la UNED. Moreno explica que un número creciente de estudios relaciona la exposición a los anuncios con el consumo de los alimentos anunciados, además de que el abuso de las pantallas supone una interferencia con los patrones normales del sueño, "un conocido factor de riesgo para la obesidad".
Por ejemplo, un estudio británico encontró que por cada hora adicional de televisión observada los fines de semana con cinco años aumentaba en un 7% el riesgo de obesidad en la edad adulta. Moreno pone otros ejemplos: en Nueva Zelanda se siguió a 1.000 sujetos desde el nacimiento hasta los 26 años y se encontró una asociación entre la televisión consumida entre los 5 y los 15 años y el índice de masa corporal. Del mismo modo, un estudio escocés con 8.000 niños observó que los niños de tres años que veían más de ocho horas de televisión a la semana tenían un mayor riesgo de obesidad al llegar a los siete años. "Numerosos estudios estadounidenses han obtenido resultados similares", añade la socióloga.
¿Tan poderosa es la publicidad? Un revelador estudio sobre el “efecto de los 30 segundos” mostró la gran influencia que puede tener un simple anuncio en los pequeños. Se mostró a dos grupos de menores de entre dos y seis años unos dibujos animados, con la única diferencia de que un grupo vería el anuncio publicitario de un producto alimenticio. Al terminar la sesión, se pidió a niñas y niños que eligieran entre distintas parejas de comestibles: los que vieron los comerciales eligieron los productos promocionados en mayor proporción. Otro truco que funciona: en el Reino Unido, tres cuartas partes de los progenitores reconocen que han comprado comestibles a sus hijos por el regalo que incluía.
A esto se suma la irrupción de internet en la vida de los escolares, que han desplazado su atención de la tele a YouTube y otras plataformas digitales en tabletas, ordenadores y móviles. La OMS acaba de publicar un informe dirigido a los países europeos para que tomen medidas frente al márketing digital que sufren los menores en estos países, ya que es un fenómeno mucho más difícil de controlar y frente al que están más desprotegidos. El informe asegura que la continua falta de una regulación eficaz en este ámbito amenaza los esfuerzos de los responsables políticos para detener la creciente epidemia de obesidad infantil. Y pone ejemplos: el 80% de los reclamos digitales que más impacto tenían en los escolares británicos eran de productos malsanos, cuya publicidad está prohibida en la televisión. En Alemania, el 90% de los comestibles que más impacto tenían en los menores entraban dentro del perfil insalubre según los criterios de la OMS. El retorno de la inversión en anuncios digitales es cuatro veces más provechoso para Coca-Cola y Cadbury que los spots en televisión.
 “Desde la industria se asegura que los consumidores eligen libremente lo que comen. Pero la evidencia científica asegura que es justo lo contrario: los individuos están sujetos a la influencia de poderosos factores ambientales ajenos a su control, como la distribución en masa, la disponibilidad, los precios baratos y la publicidad intensiva”, afirma Royo-Bordonada. De este modo, van creando y estableciendo preferencias de sabores. Porque como dijo la reconocida antropóloga Margaret Mead: “Es más fácil cambiar la religión de alguien que su dieta”. Y como denunciaban en The Lancet, la industria alimentaria lo sabe bien y por eso invierte en los hábitos de los niño

de elpais.com

lunes, 6 de noviembre de 2017

arriésgate y equivócate

¿Qué le pasa a tu cerebro cuando te equivocas?

Que la actividad neuronal sea beneficiosa ante un error depende de una decisión nuestra. Veamos cuál.


¿Por qué hay personas que les fascinan los retos y otras que prefieren evitar cualquier desafío para no equivocarse? Carol Dweck, psicóloga de la Universidad de Stanford, dio la respuesta con una clasificación muy sencilla. Todos podemos tener dos tipos de mentalidades: una orientada al crecimiento y otra fija.
Las personas con “mentalidad de crecimiento” piensan que el éxito depende del esfuerzo, del trabajo o de sudar la camiseta. Sin embargo, las personas con “mentalidad fija” creen que depende de habilidades innatas y tienen urticaria ante cualquier error. “Si no se ha nacido con dichos dones, ¿para qué intentarlo?”, se plantean. Curiosamente, el hecho de decantarnos por una o por otra no depende de cuestiones genéticas, sino de educación, como demostró Dweck con alumnos de once años y después de que hicieran un trabajo difícil. A aquellos a los que les reconoció que su éxito dependía de su esfuerzo, se atrevían después con otro desafío aún más difícil. “Total, si me equivoco, no importa”, pensaban. Sin embargo, a los niños que se les dijo que lo habían conseguido porque eran muy listos o muy inteligentes, cuando el reto iba en aumento, preferían no intentarlo… “¿Para qué probar suerte y equivocarme? Mejor me quedo como estoy y así sigo demostrando que soy inteligente”, era el pensamiento que lo resumía.
Este resultado resulta muy desconcertante. Siempre se ha dicho que es bueno reforzar la autoestima de nuestros hijos con el verbo “ser”, ser muy buen chico, muy listo… Sin embargo, como ha comprobado Dweck, con esta técnica corremos el riesgo de reforzar también la mentalidad fija. Cuando esto ocurre, no se encaja el error y se evita cualquier desafío que nos haga salirnos de nuestra zona de confort, como también ha comprobado la neurociencia.
Jason S. Moser y sus colegas en la Universidad de Michigan State han descubierto qué nos ocurre en nuestro cerebro cuando nos enfrentamos a una equivocación.Dependiendo de si nuestra mentalidad es de aprendizaje o fija, la actividad neuronal ante un error será más activa o menos. En otras palabras, cuando pensamos que podemos aprender, si nos equivocamos, se despierta un intenso baile neuronal para identificar causas, patrones o aprendizajes que nos sirvan para un futuro (color rojo de la imagen). Sin embargo, si nuestra mentalidad es fija, ante una equivocación, echaremos balones fuera, nos justificaremos con mil y un argumentos y nuestra actividad neuronal para encontrar razones para el aprendizaje quedará un tanto dormida (color verde). Y todo ello no depende de la edad. Según Dweck, el 40 por ciento de las personas tienen “mentalidad de crecimiento”; otro 40 por ciento, su “mentalidad es fija” y el resto, dependiendo del momento.
¿Qué podemos hacer? Lo primero de todo, revisar la educación. Comencemos a valorar el esfuerzo y no solo las habilidades innatas. Si queremos que nuestros hijos se enfrenten con seguridad a los desafíos, es mejor que vivan el error de una manera constructiva y no evitándolo a toda costa. Por ello, tengamos cuidado con los reconocimientos que hacemos e incluyamos también el concepto de trabajo y no solo el ser un niño o niña muy lista o inteligente.
Segundo, asumamos que nuestro cerebro es plástico, que somos capaces de crear nuevas conexiones neuronales si comenzamos a proponérnoslo. Por ello, reflexionemos qué tipo de mentalidad tenemos (de manera sincera, que no siempre ocurre). Si solemos buscar excusas ante los desafíos, comencemos a darnos cuenta de que la mayor parte de las personas que encajan los fracasos mejor que nosotros tienen “mentalidad de crecimiento”, que esta no es innata y que se puede desarrollar a cualquier edad. Por tanto, no valen las excusas.

de elpais.com

lunes, 30 de octubre de 2017

quítate esa capucha!


Vestir sudadera con capucha le puede meter en líos


Es lo que se desprende de un nuevo estudio sobre el modo en que los trajes condicionan la realidad

El hábito sí hace al monje. Al menos, mientras lo lleva puesto, porque un estudio de la Universidad de McMaster (Canadá) concluye que usar un uniforme de las fuerzas de seguridad cambia la forma en que el cerebro procesa la información. “El de policía reúne el efecto de poder, de fuerza, de orden y de ley, aunque el mismo halo lo podemos ver en personas que acuden a trabajar en traje, cuando no es su prenda habitual de vestir”, explica Manuel Nevado, docente del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.
El equipo de neurocientíficos cognitivos que han publicado el estudio sugiere que el simple hecho de ponerse un uniforme afecta automáticamente a la percepción que tenemos sobre los demás, creando un sesgo hacia aquellos considerados de bajo estatus social. “El doctor Philip Zimbardo ya realizó algo similar con efectos realmente dañinos para todos los participantes en sucélebre estudio de la Universidad de Stanford (EE UU, 1971). En este experimento sometió a un grupo de estudiantes universitarios, cuya participación fue voluntaria, y simuló una prisión en la que unos actuaban como presos (con la indumentaria propia) y otros como policías (utilizando los uniformes correspondientes). Las humillaciones, el exceso de poder y las vejaciones por parte del segundo grupo hicieron que Zimbardo tuviera que parar el estudio a los pocos días de iniciarse”, rememora Manuel Nevado.
En este sentido, el psicólogo Antoni Martínez matiza que aunque los uniformes poseen un determinado simbolismo cultural, y condicionan a actuar de una manera, esta puede variar según el individuo que lo porta: "Algunos relacionan el traje de la Policía con un funcionario que vela por el bien común, mientras que otros lo pueden percibir como una parte del mecanismo opresor del Estado". 
Los investigadores canadienses hilaron más fino en su ensayo: al ponernos un traje de policía, nos llaman más la atención los individuos vestidos con sudaderas. "Sabemos que la ropa transmite significado, y que el chándal con capucha se ha convertido hasta cierto punto en un símbolo de menor nivel social y juventud", explica Sukhvinder Obhi, uno de los autores. "Hay un estereotipo que vincula las sudaderas con la delincuencia y la violencia, y se activa en mayor medida al ponerse el uniforme de policía. Y estos prejuicios atencionales hacia ciertos grupos de personas pueden llegar a ser problemáticos".
“Los uniformes siempre cambian nuestra perspectiva, porque tenemos una memoria de fantasía común, según la cual asignamos roles, valores y actitudes en función de la vestimenta. ¿Cómo nos influye ver a un director de banco con coleta y vaqueros? ¿O a un mecánico en traje de Armani?  Los conocimientos y la sabiduría no dependen del vestuario, pero la concepción social predispone a dar por hecha una mayor o menor competencia laboral en función al uniforme que luzca”, concluye Manuel Nevado.

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lunes, 23 de octubre de 2017

la verdad de la mentira

Si dice más de dos mentiras al día, tiene un problema

Narcisistas, manipuladores, inseguros, maquiavélicos y hasta sociópatas. Estos son los perfiles, según la ciencia, de las personas que más embustes nos cuentan

La mentira forma parte de nuestra realidad cotidiana, ha inspirado narraciones, canciones y películas, y aun así nos sigue desconcertando: nunca es fácil descubrir una trola bien contada. Todos en algún momento recurrimos a ella —un estudio de la Universidad de Virginia (EE UU) determinó que la mayoría soltamos dos mentiras al día, mientras que otro, de la Universidad Estatal de Michigan (EE UU), tras analizar a 1.000 ciudadanos, estableció una media de 1,65 embustes diarios—, pero no cabe duda de que unos recurren a la falsedad con más frecuencia que otros. Psicólogos y psiquiatras han trabajado para desenmascarar a estos mentirosos habituales, tanto que es posible dibujar un retrato robot y enumerar sus motivaciones.
Para desenredar el ovillo, es preciso conocer qué tipos de mentiras existen y qué motivación hay detrás de ellas. “Existen mentiras descaradas, exageraciones, mentiras sutiles; otras que persiguen el beneficio personal pero no quieren dañar aunque dañen; las que sí esconden el interés de perjudicar o las que, por el contrario, llamamos altruistas o generosas porque intentan evitar algo desagradable e inútil a los demás”. explica la psicóloga María Jesús Álava Reyes, autora de La verdad de la mentira. “Están las mentiras sociales, más inocuas, o las narcisistas, que pretenden eludir el sentimiento de vergüenza, las más psicopáticas, que gratifican al que miente, las patológicas de aquellos que rechazan visceralmente la realidad, las que se dan en situaciones críticas y persiguen salvar la vida, las que se cuentan para dar pena y manipular a los demás, las egoístas, las mentiras falsas y las que forman parte del trabajo, en el caso de los espías o las mentiras de quienes están sometidos a la exposición pública, como los políticos”.
En 2015, investigadores de la Universidad de Ciencias Sociales y Humanidades de Breslavia (Polonia) estudiaron las motivaciones que hay detrás de las mentiras. Partieron de dos: las relacionadas con la protección (evitar castigos, pérdida de relaciones, angustia en la otra persona o anticiparse a la crítica por la verdad) y aquellas movidas por un deseo de obtener beneficios. Estos los dividieron en beneficios egoístas (materiales), autodefensivos, ganas de agradar y de proteger a la otra persona. Finalmente, concluyeron que las motivaciones que más se repetían en el grupo de 83 personas analizadas eran las egoístas, las autodefensivas, el temor a la pérdida de una relación y el deseo de protección hacia la otra persona.

En 2010, desde la Universidad Estatal de Michigan (el estudio citado al principio) pidieron a un millar de ciudadanos estadounidenses que contaran el número de mentiras que decían en 24 horas. Entre las conclusiones halladas, el trabajo afirma que los jóvenes mienten más: cuanto mayores nos hacemos, más sinceros somos. Claro que este tipo de estudios, en los que el propio individuo reporta sus mentiras, no dejan de tener cierta ironía: nunca es posible saber cuándo el resultado es sincero.

En el estudio The many faces of lies (“Las muchas caras de las mentiras”), Bella M. DePaulo, psicóloga de la Universidad de California (EE UU), encabezó uno de sus apartados con la pregunta: “¿Qué tipos de personas mienten más fácilmente?”. Y, a modo de respuesta, explicaba: “Pensamos que las personas que dicen muchas mentiras pueden ser especialmente sociables, pues uno de los objetivos que motivan sus mentiras —como causar buena impresión o halagar a otros— pueden ser especialmente importantes para gente a la que le gusta pasar tiempo con otras personas”. Y aunque reconoce que hay una amplia variedad de mentirosos, afirma que “las personas que dicen muchas mentiras son en realidad más manipuladoras e irresponsables que la gente que dice menos mentiras. También se preocupan profundamente de lo que otros piensan de ellos, y son más extrovertidos”.
Sin embargo, la sociabilidad del mentiroso no está del todo clara. En otro estudio, la mencionada psicóloga Bella M. DePaulo defiende que “la gente que dice menos mentiras estaba más altamente socializada y reporta mejores relaciones con las personas de su sexo. Personas manipuladoras, menos sociables y con relaciones con su mismo sexo menos gratificantes son más propensas a decir mentiras”.
Como dice Judit Bembibre, especialista en Psicología Clínica, profesora de la Universidad de Granada y coautora de un artículo sobre el tema en la revista Psicothema, “la mentira es una conducta que se asocia a una emoción que no siempre es la misma”. Los expertos señalan que existe también una triada oscura formada por personas narcisistas, que mienten porque buscan justificarse a toda costa; maquiavélicas, que solo buscan su propio beneficio; y sociópatas e inadaptados que mienten por desprecio a los demás. Sin embargo, la mentira no es una estrategia que empleen en exclusiva personalidades como estas; de hecho está también muy presente en quienes tienen baja autoestima y mienten para encubrir sus fracasos. En personas inseguras que mienten para caer bien a los demás. Los introvertidos buscan mentiras muy elaboradas, sofisticadas y evitadoras de situaciones que les resultan incómodas.
Otro grupo de embusteros estaría formado por aquellos que no pueden evitar mentir: los compulsivos. Practican lo que la ciencia denomina pseudología fantástica, mitomanía o mentira patológica, que, según un estudio de Bryan H. King, psiquiatra de la Universidad de California Los Ángeles (EE UU), tiene como características esenciales que las historias no son del todo improbables, son duraderas, no se cuentan para obtener un beneficio y tampoco son delirios, ya que el mentiroso sabe distinguirlas de la realidad. En sus resultados, el doctor King determinó que un 40% de los mentirosos compulsivos tienen una disfunción en el sistema nervioso central, de la cual la impostura es un efecto secundario.

¿Y quiénes formarían el 60% restante? Otro estudio, de la psicóloga Katie Elizabeth Treanoer, de la Universidad de Wollongong (Australia), describe que serían aquellos que han sufrido a lo largo de su vida “profundas perturbaciones psicológicas, tales como la pérdida de un progenitor prematuramente”, y en los que la mentira patológica “representa un mecanismo de respuesta inmaduro y primitivo, propio de alguien que escapa de la realidad en vez de buscar el modo de acomodarse y ajustarse a ella”. Persiguen dos tipos de defensa, añade: narcisista (que busca un beneficio) y victimista (que busca refugiarse de la responsabilidad).

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